La Cereza Sobre el Helado

3 de Enero 2005

El horror

Es horrible ponerlo en la sección "de todos los días"... pero es que eso es lo que es verdadero...
Este relato me impactó. Quisiera que se difunda.
Quisiera que la vida deje de ser instantánea, pasajera, tan importante como un comercial de tv más.
Quisiera que cada quien se replanteara su lugar en el mundo.
Quisiera que quien tenía que ejercer el control se replanteara su renuncia
Quisiera uqe los padres que llevaron NIÑOS DE MENOS DE 1,20 DE ESTATURA a un sitio donde se reunen multitudes se replantearan su estupidez.
Quisiera que los padres que no educan a sus hijos y los dejan ser tan ignorantes que no miden las consecuencias de un simple fueguito artificial, tan divertido y expresivo, él
Quisiera que la gente deje de ser tan BRUTA.
Aquí el relato (robado del diario La Nación online)

Este es el testimonio de un periodista de LA NACION que logró ingresar en el local incendiado en el momento en que muchos yacían en el piso y otros intentaban desesperadamente escapar

Fui a cubrir la información de un incendio, pero viví la peor pesadilla de mi vida.

Pasaron 48 horas de la tragedia en el boliche República Cromagnon y hay escenas que jamás olvidaré y que no me dejan dormir.

Eran las 23.30 del jueves y al fondo del boliche, en medio del humo que me ahogaba, encontré a un bombero que iluminaba los cuerpos inertes de un matrimonio abrazado a su hijo, de no más de 9 años, en el primer descanso de la escalera que da a la avenida Rivadavia.

Segundos antes había encontrado cuerpos desparramados y manos que surgían del piso del boliche y tomaban los brazos de los bomberos y policías para que los sacaran de ese infierno. En el camino me crucé con cientos de personas que salían del local con sangre en la nariz y en la boca y caían fulminadas en la vereda. Para entonces, los bomberos, policías y vecinos y transeúntes que habían ido a ayudar ya habían logrado abrir la puerta de emergencia que había sido cerrada con alambres y candado. Allí, los socorristas trataban de abrirse paso entre la pila de cuerpos de casi 1,80 metro de alto, por cinco metros de ancho, con las manos apoyadas en esa puerta, que se desvanecieron tratando de abrirla. No se sabía si estaban vivos o muertos.

Se habían subido unos encima de otros para poder escapar de la trampa mortal en la que había convertido el local nocturno. Todos estaban aplastados y asfixiados.

No me voy a olvidar del olor de la muerte, del humo que mató a más de 170 personas y que me hacía arder los ojos y me ahogaba casi hasta el vómito, a medida que avanzaba dentro del boliche. Todo el mundo trataba de ayudar. Nadie estaba con las manos vacías. Todos cargaban a alguna persona desmayada.

Adentro, el oscuro humo venenoso había convertido el boliche en un enorme ataúd de cemento.

En el trayecto de la Plaza Miserere hasta el local vi cientos de cuerpos desparramados sobre el asfalto antes de llegar a la puerta de local.

Policías y bomberos, con barretas y a manos limpias, intentaron durante quince minutos abrir la puerta de emergencia desde afuera, pero no tuvieron éxito. En cada uno de los tironeos, la hoja se entreabría sólo unos centímetros: por allí brotaban brazos y manos en una desesperada señal de auxilio y gritos desgarradores.

Por el acceso principal, de Bartolomé Mitre 3066, lograban escapar aquellos que podían hacerlo por sus propios medios, aunque muchos se desvanecieron al llegar a la calle. Algunos tenían el rostro cubierto con una mucosidad negra. Otros, con sangre en la nariz y en la boca y los ojos desorbitados caían fulminados en la vereda.

Sorpresivamente se había cortado la luz y la atmósfera era irrespirable. Había que ponerse una remera para taparse la boca y la nariz para avanzar casi a ciegas por el local. El aire quemaba los ojos e irritaba las vías respiratorias. La sensación de ahogo crecía a medida que uno se internaba en el boliche.

Ante la escasez de linternas, los policías y bomberos tuvieron que arrancar las luces de emergencia de los pasillos del hotel Central Park, que funciona en el mismo predio, para poder recorrer el camino hasta el fondo del local donde quedaron cientos de personas atrapadas.

"Vivimos y morimos"

"Callejeros, vivimos y morimos por vos: Piky y Cary. Budge presente", rezaba uno de los trapos que colgaban del sector pullman. El incendio había consumido cientos de vidas, pero dejo intactas todas banderas que habían llevado los fanáticos del grupo de rock.

Con un golpe de vista se podía advertir que el incendio no había quemado el local. La loza estaba desnuda y en el techo sólo quedaban los alambres que sostenían la media sombra y el revestimiento que, al quemarse, despidieron el monóxido de carbono y el cianuro. En unos pocos minutos, la gente moría.

Afuera, las ambulancias del SAME no podían llegar hasta el boliche porque, sobre el asfalto de la calle Bartolomé Mitre, había cientos de cuerpos desparramados y, para no pisarlos, debían dejar a los médicos en la esquina de Ecuador o de Jean Jaures. Tampoco se sabía quiénes estaban vivos y quiénes estaban muertos. En el camino hasta República Cromagnon los médicos debían asistir a todos aquellos que se desvanecían.

Tampoco podré olvidarme de los gritos de los padres que corrían entre esos cuerpos y llamaban a sus hijos. Ni de aquellos que habían logrado escapar del infierno y regresaban al boliche para rescatar a algún amigo o pariente que había quedado dentro.


Sin palabras...

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Escrito por Mariela Prandi a las 3 de Enero 2005 a las 01:46 AM | TrackBack
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