La Cereza Sobre el Helado

17 de Julio 2010

La escuela está arruinando a mis hijos

Esto fue robado de aquí:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1285516


Pero me parece un artículo GENIAL... aunque no sea "políticamente correcto"...

No es una reunión de rutina, pero el director hace una pregunta rutinaria: "¿Qué espera de nuestro colegio?". Mi amigo Guinzberg, que nunca se agita, le responde:
-Espero que me devuelvan a mi hijo tan bien como se lo entregué.
El director se remueve en su asiento, intranquilo y perplejo.
-Bueno, por supuesto; acá le damos la mayor seguridad educativa y personal -atina a responder.
Al hijo de Guinzberg le han pegado dos palizas en el término de dos meses: una en el recreo y otra en el aula. El chico tiene 16 años; es promedio 9,50; devora libros desde los ocho y lee todos los días el diario. Guinzberg piensa, aunque no se lo dice a nadie, que a muchas de las maestras de 22 años que supuestamente le enseñan cosas importantes a su hijo él no las tomaría en su trabajo ni como recepcionistas. Y le rechinan los dientes cuando el chico vuelve del colegio y profiere frases insólitas sobre la política, el sexo, la divinidad y el destino. La mayoría de esas afirmaciones son políticamente correctas, cuando no directamente incorrectas, y son machacadas con gran pompa y certeza. Justo a Guinzberg, que hace de la duda intelectual toda una filosofía de vida. "Mi hijo está ocho horas por día expuesto a esa radiación, formateado por desconocidos que pronuncian verdades absolutas sobre cuestiones graves", piensa con alarma, pero nunca lo dice. Aunque ahora está más molesto que de costumbre porque, encima de todo, andan hostigando al pibe y el colegio no hace nada.
-Ya no pido que me devuelvan a mi hijo mejor de lo que se lo entregué -le repite al director-. Eso sería sobredimensionar a la escuela. Lo único que le pido es que no me lo devuelvan peor: mediocre, prejuicioso y lastimado.
El director le da, por supuesto, todas las garantías del mundo. Pero a las dos semanas, el chico vuelve a casa diciendo que la única explicación del origen del mundo es el Big Bang y que Wellington es bueno y Bonaparte es malo. Y al mes y medio tres compañeros lo emboscan, le vacían la vianda y le llenan la cara de dedos.
-¿Qué tengo que hacer? -me pregunta Guinzberg, más nervioso que nunca.
-Tu hijo es un genio -le respondo, para darle ánimo-. No conozco a ningún otro chico que lea tanto, y tan bien. Acordate de que los padres de Borges no querían mandarlo a la escuela porque temían que se contagiara de la escarlatina. En realidad, no querían que lo mal formasen los maestros. Al final, después de unos años tuvieron que enviarlo a clase. Borges parafraseaba la broma de Shaw y decía que en ese marzo la escuela había interrumpido su educación.
Guinzberg está impaciente.
-Ese aspecto está perdido, Fernández. ¡Lo están destrozando a trompadas!
Le cuento lo que me pasó en la infancia. Yo era un pibe tímido y soñador, escribía cuentos y leía libros, y en casa no me dejaban ver nada más que El Santo y El Zorro . Mi familia es asturiana, así que en Ravignani 2323 se hablaba en un castellano especial, y cada vez que se me escapaba una palabra española en clase o decía que no había visto tal programa en el recreo, me cargaban. Y luego me arrinconaban y me verdugueaban, y me daban sopapos. Mi vieja, que no había leído a Piaget, tomó una decisión histórica: me metió en una academia de judo. Cuando me hice cinturón amarillo mandé al piso a dos, y me trencé con uno más grande en el patio, ante todo el colegio, que aplaudía. Perdí, pero el respeto que me gané por atreverme fue tremendo: nunca más se metieron conmigo.
-Tiene que haber una solución más civilizada -dice Guinzberg, que es judío.
-Yo deseaba, cuando era chico, ser normal. Porque ser distinto era un gran pecado. Entonces, para que no me jorobaran y ser normal me volvía servil y veía las cosas que ellos veían, y hablaba como ellos.
-Nosotros queremos que los chicos sean distintos -dice Guinzberg, un poco exasperado-. Y ahí los uniforman. Cualquiera es un igual. ¡La gracia es ser un distinto, caracho!
Le damos muchas vueltas al asunto. Y al final, cuándo no, gana la irracionalidad. Guinzberg le mandará una carta documento al colegio.
-Qué racional lo tuyo -le digo.
-¡Ahora los preceptores lo van a tener que acompañar hasta al baño!
-Y qué contento que se va a poner tu hijo!
Los otros dos hijos de Guinzberg son más chicos y menos brillantes, pero más esforzados. Guinzberg últimamente está más concentrado en la trigonometría que en el periodismo. Y es periodista.
-Después está todo ese asunto de disponer de tu tiempo y de tu esfuerzo -dice-. Con el verso de que los padres tienen que involucrarse, el colegio dispone arbitrariamente de nuestras horas. No les enseñan a estudiar a los chicos, y descuentan que después de la doble escolaridad, nosotros nos sentaremos con ellos a estudiar horas tras horas, haciendo de maestros sustitutos. Todo para que no fracasen en los exámenes. Porque si fracasan ellos, fracasamos nosotros. ¡Nosotros, que pagamos el salario de los profesores! ¿Te das cuenta? Nos hacen ver la primaria y la secundaria todas de vuelta. Y ni hablar de las reuniones. Reuniones para cualquier cosa, ceremonias y carnavales escolares, y quermeses y la pucha que lo tiró.
Está intratable. Y cuando Guinzberg está así es mejor no decir nada. Al rato, paga el vermut y propone:
-¿Y si abrimos una escuela? Debe ser un buen negocio.
Le suena el celular. Lo veo irse por Ravignani hacia Santa Fe. Está hablando con uno de sus hijos. Lo sé porque todavía oigo su voz. Está hablando de la clorofila. Se detiene a ver un cartel de un gimnasio colocado en los altos de una casa. Hay una extraña palabra que está escrita en azul y que es más grande que todas las demás: Taekwondo.

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Escrito por Mariela Prandi a las 17 de Julio 2010 a las 03:08 PM | TrackBack
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