La Cereza Sobre el Helado

24 de Julio 2005

Respeto, miedo y terror

Otra perla, esta vez por Mariano Grondona
Para el diario La Nación

Respeto, miedo y terror: los tres rostros del temor

Desde el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), los estudiosos de la política saben que el temor es una de las motivaciones más poderosas del corazón humano. Mientras que el deseo nos mueve hacia adelante, el temor nos detiene a veces con tal fuerza que inhibe las pulsiones del deseo.

Aquí utilizaremos la palabra "temor" como una categoría general que encierra tres motivaciones diferentes, capaces de frenar los impulsos del ser humano: el respeto, el miedo y el terror.

De estas tres motivaciones sólo el respeto cumple una función constructiva. El respeto es el freno suave, racional, que proviene de saber de antemano que, si violamos la ley o desobedecemos la orden legítima de una autoridad competente, seremos sancionados. El respeto se acerca a la idea del "temor reverencial" frente al ejercicio razonable de la autoridad que esperamos de aquel a quien reconocemos cierto grado de superioridad: el padre o el juez, por ejemplo. A la cima de esta categoría pertenece, entre los creyentes, el temor de Dios.

El respeto es doblemente racional porque supone, de un lado, que la autoridad ejercerá con rectitud su deber y, del otro, que quien decide no traspasar los límites legales que se le imponen lo hace a sabiendas de que la obligación cuyo cumplimiento se le exige es compatible con su libertad. Porque sólo es posible la libertad allí donde tanto los gobernantes como los ciudadanos son esclavos de la ley. Más allá reinan la anarquía y la licencia o, como advirtió Hobbes, "la guerra de todos contra todos".

El miedo y el terror

Mientras que el respeto supone un alto grado de racionalidad, tanto el miedo como el terror suponen un alto grado de irracionalidad. Quien siente miedo o terror no sabe por dónde le vendrá el golpe, porque el otro, el que le infunde alguno de estos sentimientos paralizantes, no es predecible. Pensemos, por ejemplo, en la relación que se establece con un superior irascible. ¿Cómo le caerán nuestras acciones? La nuestra es la ansiedad de la incertidumbre, porque no sabemos a qué atenernos sobre la reacción que generará nuestra conducta, ya que ninguna ley nos advierte sobre la frontera entre lo permitido y lo prohibido. Puede pasar que el superior nos reprenda o nos castigue caprichosamente. ¿Cómo podríamos atajar, entonces, aquellos golpes cuya marca es la sorpresa? La irracionalidad de los que propinan los golpes se traduce en la irracionalidad de los que no pueden prever las consecuencias de sus acciones. Tampoco saben los ciudadanos de Londres cuándo o dónde estallará la próxima bomba.

De esta descripción resulta la semejanza entre el miedo y el terror. Los dos prometen sanciones imprevistas e imprevisibles. Lo único que los diferencia es la intensidad. Sólo el terrorismo conlleva la intención de difundir el terror mediante el derramamiento de sangre inocente. ¿De quiénes? De cualquiera.


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Durante los años setenta, en la Argentina dominó el terror, ya fuera generado por las bandas subversivas o por la represión estatal. En los años noventa, el terrorismo internacional desembarcó en nuestras playas. En los años dos mil, la plaga del terrorismo parece habérsenos alejado. Esto no quiere decir que el balance del temor en la Argentina actual sea satisfactorio. Los delincuentes, por lo pronto, no sienten respeto por la ley, la policía o los jueces. Este desprecio activo de los delincuentes por el orden legal se confirma cada día, a pesar de que el ministro Arslanian afirma, sin convencer, que la inseguridad se ha replegado. Tampoco sienten respeto por nuestra ley los terroristas internacionales, cuya impunidad por los atentados de los años noventa sigue escandalosamente intacta, invitándolos a regresar algún día a un territorio que ha probado serles demasiado fácil.

Habría que decir algo todavía del estilo del actual gobierno, particularmente del Presidente, una de cuyas armas políticas parece ser el hábito de infundir miedo, aunque no terror, entre todos aquellos a quienes percibe como sus subordinados o sus rivales, ya sean los gobernadores, sus propios funcionarios, los peronistas disidentes, los opositores, los empresarios y hasta el sector más vulnerable del periodismo, a todos los cuales presiona con la posibilidad de retirarles los fondos, con la distribución discrecional de la publicidad oficial o con agresiones verbales sorprendentes. Como ninguna de estas actitudes son debidas o previsibles según la ley, el miedo de que se reproduzcan las refuerza.

Fallaci y el islam

Esta Argentina, aun con su inadecuado balance del temor, sigue afortunadamente en la periferia del frenesí del terror que, después de golpear a Nueva York y Madrid, se ensaña hoy con Londres. Es inevitable preguntarse, en este punto, cuál es la relación entre las bandas terroristas internacionales y el islam, esa gran religión monoteísta que ellas invocan cuando matan.

En una serie de cuatro notas que publicó LA NACION, Oriana Fallaci acaba de avanzar una tesis extrema al respecto. Según ella, el enemigo de Occidente no es simplemente el terrorismo fundamentalista, sino la religión al que éste apela al librar la Jihad o guerra santa contra los "infieles" judíos y cristianos. Permitiendo que millones y millones de musulmanes emigraran al Viejo Continente, agrega Fallaci, los ingenuos europeos han creado un nuevo continente, Eurabia, un gigantesco caballo de Troya que amenaza desde adentro a la civilización.

Basta observar el millón de ciudadanos de origen árabe que viven pacíficamente en la Argentina, basta notar la inmensa mayoría de los musulmanes que viven en Europa respetando sus leyes, para medir la exageración en la encendida prosa de Fallaci. Es falso que el islam, con sus 1500 millones de creyentes, se esté movilizando en masa contra Occidente. Si éste fuera el caso, ¿podemos imaginar lo que ocurriría? Es falso que el Corán contenga una prédica esencialmente violenta.

Es verdad, sin embargo, que aun aquellos voceros responsables del islam que condenan el terrorismo, acompañan su condena con durísimos juicios sobre el comportamiento de las potencias de Occidente y particularmente sobre la guerra en Irak. Esta prédica de los voceros islámicos, ¿es suficientemente severa con el terrorismo?

Si el diálogo con los hermanos mayores judíos y los hermanos separados protestantes que promovió el papa Juan Pablo II ha de ser seguido por el diálogo con el islam, cuya profundización prepara el papa Benedicto XVI, también será necesario que, de nuestro lado, reconozcamos el estado de frustración en que se encuentra el mundo islámico como portador herido de una civilización que fue hace un milenio superior a la europea. La responsabilidad por este retroceso la comparten no sólo los retrógrados dictadores árabes, sino también un Occidente ofuscado por la soberbia.

Los musulmanes moderados forman legión. Su número es muy superior al de los fanáticos a los que lavan el cerebro desde niños las famosas madrazas o escuelas fundamentalistas. Pero los moderados no pueden manifestarse como debieran por el terrorismo de los fanáticos, que los aleja de los titulares, por la represión de sus propios gobernantes y por la indiferencia de Occidente que, sumados, los arrojan a la banquina de la historia.

Escrito por Mariela Prandi a las 24 de Julio 2005 a las 02:51 PM | TrackBack
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