La fauna ha sido victima de la ambición y de la avaricia. Se entró en la última y más peligrosa fase, porque los animales se enfrentan al enemigo más mortal: la reproducción humana incontrolada, problema que no parece tener solución y que ha obligado al “Culling”, palabra inglesa que, en forma eufemística, define la matanza de animales para poder brindar espacio vital a las personas y tierra para la agricultura y ganadería. Cómo afirmó la revista Newsweek, en Septiembre de 1.995: “Ahora, el enemigo más importante de la fauna no son los cazadores y las armas, sino la azada y el tractor”. Para obtener ese espacio y proteger a los humanos, la acción de “Control de Fauna” se inició en Kenya, donde el promedio de nacimientos por cada mujer llega a la cifra de 8, y el pionero en esta solución final para el problema animal (a la manera de Hitler) se llamó John Hunter, nacido en Shearington, Escocia, en 1.887 y que viajó a Kenya en 1.908. En su autobiografía menciona que su apellido tuvo su origen en un antepasado remoto que se dedicaba a la caza y concluye “ciertamente, el amor por la cacería corre por nuestras venas”. Hunter afirmó y dijo “Lo que para mi familia era una recreación, para mí era el solo aliento de mi vida. Cuando era un bebé, me arrastraba detrás de mi padre para recoger los cartuchos vacíos y percibir el delicioso olor a pólvora. Más tarde me pasaba los días en los pantanos, tras las aves y llegaba a mi casa en un estado deplorable”. A los 14 años se complicaron las cosas porque se convirtió en cazador furtivo de conejos y su maestro, al estilo victoriano, le daba grandes palizas, hasta que las orejas se las ponía azules y negras, perdiendo la conciencia. La situación fue empeorando y la cárcel estaba cada vez más cerca. Cuando cumplió 18 años, la familia tomó una decisión; el rebelde joven debía irse a África, donde vivía un primo, propietario de una finca en un lugar llamado Nairobi. Al despedirse, su padre le dijo: “John, este viaje te hará un hombre o te destruirá. Sabemos que no quieres nada con nuestra simple y tonta manera de vivir y deseas emociones y aventuras; aquí tienes tu aventura y no vuelvas con el rabo entre las piernas porque, si lo haces, serás un empleado común y corriente, como todos, pero con la boca cerrada para siempre”. El primo era un hombre brutal y le hizo una rápida demostración de su manera de ser, apenas llegaron a la finca. “Algunas mujeres nativas caminaban por el campo y el primo les gritó un torrente de insolencias, acompañado con disparos hechos con su revolver. Las africanas corrieron, con gran gritería y una de ellas cayó al suelo, para deleite del pariente que le disparó varias veces, alrededor del cuerpo, en medio de grandes risas. La pobre nativa huyó aterrorizada y nunca se supo si la había herido. Este detalle para el primo no tenía la mayor importancia”. Como otros inmigrantes, su primer empleo fue como guardia ene le ferrocarril que unía a Mombasa con Nairobi. La locomotora iba muy despacio y era frecuente la casería desde los vagones. Hunter cuenta: “El conductor era un tipo amable y deportista que detenía el tren cada vez que yo cobraba una pieza y daba tiempo para desollarla. No había protestas de los pasajeros porque nadie tenía apuros. El ingeniero era un gran colaborador; si veía un león, daba 3 pitazos, si era un leopardo, 2 y si se trataba de 1 pasajero, solo daba un pitazo”. Las planicies estaban llenas de antílopes, los leones y leopardos eran abundantes y causaban problemas y muertes. La gran pieza de caza era el elefante, muy grande, peligroso y además productivo, por el marfil que llevaba. Un día, el ingeniero del tren hizo sonar el pito muchas veces, porque había una manada de elefantes frente al tren, que detuvo para que el joven Hunter pudiera dispararles. Como era la primera vez que se enfrentaba a un paquidermo, ni el cazador ni el ingeniero estaban muy seguros de los resultados. El rifle que llevaba Hunter era de un calibre mediano, 275 H&H y se decidió que el mejor tiro era hacia el corazón. Luego el disparo, se desató un infierno, los elefantes corrían en todas las direcciones y el suelo se estremecía con el impacto de las enormes patas. Cuando el polvo se disipó, el ingeniero estaba de rodillas rezando. El macho no había caído y lo invitó a que lo siguieran para rematarlo. La respuesta fue inequívoca: “Hunter, si Dios, en su infinita misericordia, me permite volver a la locomotora, jamás dejaré el tren de nuevo”. No insistió y a la vuelta, los buitres indicaron donde estaba muerta la presa. Con la venta de los colmillos, escocés comprobó que era posible vivir de la caza, dejó el empleo y se dedicó a matar leones y leopardos para vender sus pieles. El negocio era atractivo, pero muy peligroso, porque en esa época había 40 cazadores profesionales en Nairobi y más de la mitad de ellos, habían sido gravemente heridos por las temibles fieras, sin contar los que ya estaban 3 metros bajo tierra en el cementerio. Luego de varios incidentes graves y de evaluar que sus esfuerzos tenían poca compensación, Hunter aceptó la oferta de dos deportistas norteamericanos que querían hacer un safari a las sabanas del Serengueti y al cráter del Ngorongoro, en Tanganyka. En su papel de White Hunter, comenzó a experimentar dificultades y emociones de una profesión que exige ser muy diplomático, mecánico, experto tirador, guía en la selva, políglota, consejero y, a veces hasta un buen amante de damas ricas y aburridas. Como empleado de la famosa firma Safariland, preparó y dirigió un safari para un conde francés y su señora esposa. Cuenta Hunter que una noche, su descanso se vio interrumpido por la llegada a su tienda, la cual siempre estaba apartada de la de sus clientes; quién llegó fue la condesa, ataviada con una bella dormilona de seda, que cubría muy poco el cuerpo, y que llevaba un whisky en la mano. La dama habló, con voz lastimera: “Hunter, mi amigo, resiento muy sola”, fue la interesante introducción, a la que respondió: “Condesa, ¿Dónde está su esposo?”. La sorprendida dama sólo atinó a decir; “Con razón se dice que los ingleses hacen las más extrañas preguntas”. No tengo dudas de que, en otras ocasiones, quizás, con el mismo Hunter y con seguridad con otros profesionales, las cosas sucedieron en forma diferente y surgieron algunas tragedias causadas por las excitadas clientes. La convivencia de animales y humanos se hacia cada vez más difícil en Kenya porque, al aumentar la población se necesitaba incrementar también el número de cabezas de ganado, una segura atracción para los leones que, por otra parte, se reproducen con facilidad asombrosa. Los Masai por tradición, mataban a los leones en ceremonias, donde se ponía a prueba el valor de los jóvenes guerreros. Como las lanzas eran sus únicas armas, los accidentes mortales eran frecuentes. En las zonas destinadas a esa tribu, cuyo único medio de sustento es el ganado, los felinos eran cada vez más numerosos y el gobierno encargó a Hunter que eliminara el mayor número posible de ellos, iniciativa que dio origen a su larga carrera en el Departamento de Caza, donde trabajó en la sección de control de fauna durante más de 20 años. No había mucho deporte en la persecución de los grandes gatos en la tierra masai y se emplearon todos los medios para disminuir el número: Trampas, venenos, carnadas, jaurías, entre otras. Las carnadas eran efectivas pero los felinos les hacían poco caso porque tenían a la mano una carne más fácil debido a la costumbre de la tribu de dejar a los muy viejos o gravemente enfermos de la “BOMA” cercado del villorrio. Para que dispusieran de ellos los leones y las hienas. La costumbre se mantenía y para ellos era una solución satisfactoria porque no se contaminaba el ambiente del poblado y no había que enterrar p limpiar nada, porque hasta los huesos eran devorados. De hecho, si un Masai moría dentro de la aldea, se quemaban todas las casas, se destruía la cerca y todos se mudaban a gran distancia. Los perros fueron de gran ayuda para Hunter, pero la caza se hacia cada vez más peligrosa porque los leones atacaban a la jauría con una velocidad pasmosa y luego dirigían su furia hacia el cazador, que se veía obligado a disparar, siempre con gran rapidez y precisión sobre blancos móviles. Se habla de la gran velocidad del Cheetah, pero el león es el animal más rápido del mundo en los primeros 100 metros y las cargas siempre tenían lugar a menos de 20 metros. En poco más de 1 mes, Hunter eliminó 70 leones, entre ellos varios que habían matado a unos cuantos de los guerreros que se encargaban de cuidar el ganado de su propiedad. En su libro, describe así el final de esa labor de control la cual dice así: “Me quedaba poco tiempo y aún había muchas fieras. Mi labor nada tenía que ver con el deporte e hice una última cacería, de noche, con varias cebras muertas como carnada; luego de una noche agitada y llena de detonaciones, vimos al amanecer, algo que dudo pueda presenciar alguien de nuevo; 18 leones yacían muertos frente a nosotros. Debo confesar que sentí remordimientos, pero eran ellos o los masai. Cuando me despedí, los notables de la tribu me hicieron un ofrecimiento muy honroso para mí, porque querían comprarme al Departamento de Caza y el precio ofrecido era de 500 vacas. Me sentí muy halagado, porque el precio de una esposa era de sólo 3 vacas”. La población de la colonia seguía en aumento y con ella la necesidad de terrenos para el cultivo. Los rinocerontes eran también abundantes, y su ceguera y permanente irritabilidad eran causa de sus ataques frecuentes a cualquier cosa que se moviera. Con peso de 3.500 kilos aproximadamente y dos cuernos afilados y grandes, un ataque no era cosa de juego y un agricultor podía ser lanzado varios metros por el aire para después sufrir la muerte en el suelo, victima de la terrible fuerza de las bestias. Cabe resaltar que la variedad que abundaba en Kenya era la llamada “Rinoceronte Negro”, la cual es muy agresiva y diferente al la llamada “Rinoceronte Blanco”, el cual es un animal más grande que su primo del Norte, pero con mucho menos agresividad, y tan tonto, que se le puede matar con mayor facilidad que a una vaca. Hunter se dedicó a limpiar un sector de Kenya de las bestias mal humoradas, que la tribu Kikuyu necesitaba para la agricultura, además de que estaban cansados de los accidentes y muertes frecuentes causadas por los rinocerontes, que atropellaban todo lo que encontraban en su camino. Su potencia extraordinaria, junto con su ceguera casi total y su falta de discernimiento los hacen embestir a cualquier cosa, incluyendo automóviles y hasta se han dado casos de ataques hacia las locomotoras de esa época. Para ellos, todas son figuras borrosas que les impiden el paso o invaden su territorio. En uno dos meses, el delegado del control de caza: liquidó a 163 rinocerontes y una gran zona quedó libre de ellos. Hunter relata que en el último día de cacería, cuando seguía a tres ejemplares, una hembra giró en redondo, como también saben hacerlo y lo embistió, solo para recibir un disparo mortal, el otro macho corrió la misma suerte, pero el trecero se llevó en los cuernos a uno de los Tracker, y con el africano todavía en él, embistió al profesional. Por un momento Hunter, pensó que la bala destinada al rinoceronte también mataría al nativo, pero no había otra salida y disparó un poco bajo, hacia la paleta. Con el impacto, la bestia cayó fulminada y, por inercia, el Tracker fue a caer unos ocho metros mas adelante, ante el terror de su jefe, quien no se atrevía a acercarse por la posibilidad de encontrar una herida fatal en aquella persona. No la había, y salvo algunas contusiones que lo molestaron unos días, la recuperación fue rápida. Al final de su carrera, tanto en su trabajo como guía profesional, como en su labor en el Departamento de Caza, John Hunter, según el diario escrito de su puño y letra, había cazado 1.400 elefantes, más de 1.000 rinocerontes negros, 350 búfalos, y centenares de leones. Y para él, el animal más peligroso de Africa es el Leopardo, el sabrá porque.