La Cereza Sobre el Helado

11 de Junio 2004

Bolitas Rojas (una bonita historia)

BOLITAS ROJAS
En un pueblo bonaerense, hace varios años, solía pasar por el almacén de don José para comprar productos frescos de granja. La comida y el dinero faltaban y el trueque se usaba mucho. Un día el señor estaba despachándome azúcar. De repente me fijé en un chico, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa gastada pero limpia que miraba atentamente un cajón con arvejas frescas. Pagué mi azúcar, pero yo también me sentí atraído por el aspecto de las arvejas. Mientras las miraba, no pude evitar escuchar la conversación entre don José y el niño:
-"Hola Cristian, como estás"
-"Hola señor. Estoy bien, gracias. Solo miraba las arvejas ... se ven muy
bien".
-"Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?".
-"Bien. Cada vez más fuerte".
-"¡Qué bueno!. ¿Hay algo en que pueda ayudarte?".
-"No señor. . . sólo admiraba las arvejas".
-"¿Te gustaría llevar algunas a casa?".
-"No señor. No tengo con que pagarlas".
-"Bueno, ¿qué tenés para cambiar por ellas?".
-"Lo único que tengo es esto, mi bolita. . . mi canica más valiosa".
-"¿De veras? ¿Me dejás verla?".
-"Acá está. ¡Es una joya!".
-"Ya lo veo. Mmmm... el único problema es que es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tenés alguna como esta, pero roja, en casa?".
-"No exactamente, pero casi. . . parecida".
-"Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa con arvejas y la próxima vez que vengas mostrame la bolita roja que tenés".
-"¡Gracias señor!", dijo Cristian. Tomó la bolsa y se fue.
La esposa de don José se me acercó y con una sonrisa me dijo:

cerecita.gif

-"Hay dos niños más como él, en situación muy pobre. A José le encanta hacer trueques con ellos por arvejas, manzanas, tomates, o lo que sea.
Cuando vuelven con las bolitas rojas, (y siempre lo hacen) él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica de color naranja o verde, tal vez".
Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.
Un tiempo después me mudé, pero nunca me olvidé de él, de esos niños y de los trueques entre ellos. Pasaron varios años, cada uno más rápido que el anterior. Hace poco tiempo tuve la oportunidad de visitar a unos amigos en el pueblo. Allí, me enteré que don José había muerto. Esa noche era su velatorio, mis amigos querían ir y acepté acompañarlos. Al llegar, nos pusimos en fila para ofrecer nuestro pésame. Delante de nosotros había tres hombres jóvenes. Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos lindos trajes oscuros con camisas blancas. Parecían profesionales. Se acercaron a la señora, quien se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila. La abrazaron, la besaron, conversaron brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd. Los ojos azules de ella, llenos de lágrimas, los siguieron mientras cada uno tocaba con su mano cálida la mano fría dentro del ataúd. Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose los ojos.
Llegó nuestro turno y al acercarme a la señora le recordé quién era y lo que me había contado años atrás sobre las bolitas. Con los ojos brillosos me tomó la mano y me dijo:
-"Esos tres jóvenes que acaban de irse, son los tres chicos de los cuales te hablé aquella vez. Acaban de decirme cuanto agradecían los "trueques" de José. Ahora que él no puede cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las bolitas, vinieron a pagar su deuda. Nunca hemos tenido riqueza -me confió- pero ahora José se consideraría el hombre más rico del mundo".
Con una ternura amorosa y conmovedora, levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres bolitas rojas, muy brillantes.
Entonces, ella solo agregó: -"No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones"

Escrito por Mariela Prandi a las 11 de Junio 2004 a las 02:41 PM | TrackBack
La Cereza Sobre el Helado